martes, 23 de enero de 2018

SIETE PALABRAS DE OSUNA DE 1992. 1ª PALABRA

A fin de cuentas, este blog no es sino una caja de memoria para que cuando eche la vista atrás recuerde algo de lo que fui y lo que sentí, Por eso al aumentarlo de valor, pienso mas en mi que en vosotros.  Lo convierto poco a poco en vida vivida, hiriendo  su tierra fertil con  ramas desgajadas del arbol que quise ser. 

A Osuna fui de la mano de buenos amigos y casi sin saber muy bien qué se pretendia de mi, En Osuna lo encontré colgando de la Cruz lleno de misericordia. El, no yo . Yo aprendí a imploraría de sus manos llenas y su sangre muerta.
Y hace tanto ya de aquello, que lo traigo aqui solo para recordar. Solo para no olvidarme de lo que fui capaz de querer ser












Pregoneros de Carmona en las Siete palabras de Osuna.

 


Primera palabra.

Hola, Señor, buenas noches. Me han pedido que venga a hablar de tu primera palabra en la cruz y a mi no se me ha ocurrido otra cosa mejor que llamarte. ¿Sabes? Es que si no estás conmigo no voy a ser capaz de tratar algo tan importante.

Espero que no te importe que te entretenga un rato. Además hace ya tiempo que no hablamos un poco, y de verdad Señor, tu ausencia empezaba a quemarme como sólo me quema el miedo de alejarme de Ti.

Hace ya demasiado tiempo que no se cruzan nuestras miradas, ni nuestras manos se unen para empujar la carga y nuestras lágrimas forman una misma gota que llore la marginación y la desesperanza.

Además, hay veces en que la búsqueda me es difícil porque no siempre soy capaz de dejar reposar el alma los cinco minutos que hacen falta para sentarse a charlar con un buen amigo.

¡Señor! Es tan difícil ser hombre que muchas veces es más fácil convertirse en cualquier otra cosa: hielo, piedra, acero… Herida… Azote. Muchas de estas palabras te suenan ¿verdad?.

Si, se que padeciste las heridas de acero y miedo que te causaron hombres de hielo, hombres de piedra, hombre sin vida….

Me duele tu muerte, Señor, me duele que hoy en día al mirar tu cruz te vea en ella clavado por ese hielo que hace al hombre insensible al sufrimiento de los demás, por esa dureza de piedra de ese corazón que niega la ayuda (a veces esa ayuda son 20 duros en un semáforo) ¿Sabes, Señor, bueno, tú si lo sabes porque lo padeces en tu propia entraña, que dar un latigazo en tu espalda vale hoy  100 pesetas?
La muerte se sigue tornando acero pero ya no se clava en tus manos. Ahora busca la sangre en tus brazos, en otro brazos que ya nunca más podrán abrazar a nadie, porque como los tuyos, quedarán unidos a una cruz, una cruz de blanca, de horrible muerte.
Sé que a ti no puedo engañarte, Señor. No brillan alegres mis ojos, ni mis palabras resuenan fuertes y seguras aunque disimule. Soy cómplice de tu muerte y me da tanta, tanta vergüenza mirarte quisiera esconderme ante ti, pero te amo, aunque a veces te  haga daño, y eso es lo que me da el valor que me hace falta para hablarte..

Sé que tu crucifican mis manos vacías, mi falta de amor, mis ojos cerrados, y mi negativa, que ya por negar, a veces cuando vienes a mi, te niego hasta la sonrisa.

¿De qué te puede servir mi alegría de hallarte sobre un paso hecho madera en carne viva hecho regueros de sangre dormida, hecho llagas que quiero sentir como mías, si luego todo se torna indiferencia ante tu cuerpo desgraciado en cualquiera de mis 1000 esquinas, si veo madera donde la carne es carne, y duele porque duelen las heridas?¿ Si sólo me atormentan esas tu llagas en la madera y no las que yo causo la carne, si, en la carne que gime, que sangra, que me suplica, con la torpe excusa de mi torpe ceguera?



Por eso no quiero hablarte ni de incienso, ni de costaleros, ni de sones de música, ni del viento que lleva tu nombre guardado en los pliegues de su dolor no es mi intención hacerte beber este vino mirrado que te haga menos dolorosa la muerte, porque se que lo rechazarás sin probarlo siquiera, Sé que no busca compasión ni nada que te impida morir con la plenitud que has elegido, sino miradas arrepentidas que quieran vivir por amor la vida que con tu muerte por amor regalas.
¡Ay, Señor de muerte tan grande como grande sólo puede serlo Dios! ¡Ay Señor, de muerte tan cruel como sólo puede serlo la muerte de un hombre! No quiero decirte mi nombre para que lo recuerdes en tu gloria, ni que guardes en tu memoria palabras donde mi cobardía se esconde. Yo no quiero hacerte ofrenda de oraciones vacías allí donde el hombre es feliz en su vanidad ¡Ay, Cristo mío! Yo quiero pedirte un perdón que sólo tú porque eres Dios, que sólo tú porque eres hombre, puedes atreverte a dar
Sé que estoy a tiempo, Señor. Contigo… siempre lo estoy. Pero también sé que tu perdón no es sólo la mano que mi Dios bueno me tiende cada vez que caigo, y que me levanta. También es mi oportunidad, la única oportunidad que me queda para seguir o para empezar a ser un hombre.

Señor, cuando miro la madera tallada de tu cuerpo dormido me envuelve el escalofrío de esa muerte que te abraza en su misterio y mis ojos ven la certeza de que en tu inmenso dolor izaste la cabeza, y de tus labios resecos de sed y amargura brotó el manantial de vida que nos perdonó por darte la muerte cuando sólo pedía amor.

Tus manos clavadas perdonaron y perdonó tu espalda herida por mis injurias y mi sed de sangre inocente.

Perdonaron tus ojos llenos de lágrimas y las pequeñas promesas de tu cabeza coronada.

Perdonaron tu cabello enredado entre finas cintas de roja escarcha,y tus   rodillas sin carne, sin color, sin esperanza.

Perdonaron tus pies descalzos, amoratados y heridos, grabados y escupidos, besados por el odio y la desgracia. Y perdonó tu corazón de hombre traicionado cuando la luz se hizo noche y nunca quiso ser madrugada.
Ardieron tus ojos envueltos en llamas y clamaron al Padre.

Y la cruz se estremeció, y gimió la tierra en su entraña y el sol quiso esconderse tras nubes de olvido escarlata y no ser nunca día que alumbrara tanta infamia.

Mi dolor y mi gozo, mil secretos  lleva el viento que en todas las almas desgrana, Que Cristo siguió perdonando, perdonando con su mirada, perdonando con su sangre de hombre y con sus divinas palabras, que brotaron entre susurros, gotas de vida y caminar de muerte que avanza…


… Que no saben lo que hacen, Padre,
perdónales su desesperanza…




¿Sabes Señor? Tu perdón resuena en mis oídos como truenos de una tormenta extraña, que va calando mi cuerpo por dentro, con gotas de fuego llovidas sobre la misma entraña, cruel martilleo sobre clavos que lentamente te matan, pero… Yo no siento el horror de tu muerte, sino la dulzura de tus palabras.

Tengo ya que dejarte, pero no te me vayas. Ahora que volvemos a estar juntos, prolonguemos para siempre, para siempre, la velada. Mira… Cuando acabe todo el acto, nos encontramos alli, junto a la puerta y regresas conmigo hasta casa.
Así, hablamos otro rato, hasta que tengas tiempo, hasta que puedas, porque, dime, ¿a quién puede importarle si a dos amigos le sorprenden las luces del alba?




… Perdóname, Señor, perdóname mi desesperanza…



Osuna, 11 de abril de 1992.