A fin de cuentas, este blog no es sino una caja de memoria para que cuando eche la vista atrás recuerde algo de lo que fui y lo que sentí, Por eso al aumentarlo de valor, pienso mas en mi que en vosotros. Lo convierto poco a poco en vida vivida, hiriendo su tierra fertil con ramas desgajadas del arbol que quise ser.
A Osuna fui de la mano de buenos amigos y casi sin saber muy bien qué se pretendia de mi, En Osuna lo encontré colgando de la Cruz lleno de misericordia. El, no yo . Yo aprendí a imploraría de sus manos llenas y su sangre muerta.
Y hace tanto ya de aquello, que lo traigo aqui solo para recordar. Solo para no olvidarme de lo que fui capaz de querer ser
Pregoneros de Carmona en las Siete palabras de Osuna.
Primera palabra.
Hola, Señor, buenas noches. Me han
pedido que venga a hablar de tu primera palabra en la cruz y a mi no se me ha
ocurrido otra cosa mejor que llamarte. ¿Sabes? Es que si no estás conmigo no
voy a ser capaz de tratar algo tan importante.
Espero que no te importe que te
entretenga un rato. Además hace ya tiempo que no hablamos un poco, y de verdad
Señor, tu ausencia empezaba a quemarme como sólo me quema el miedo de alejarme
de Ti.
Hace ya demasiado tiempo que no se
cruzan nuestras miradas, ni nuestras manos se unen para empujar la carga y
nuestras lágrimas forman una misma gota que llore la marginación y la
desesperanza.
Además, hay veces en que la
búsqueda me es difícil porque no siempre soy capaz de dejar reposar el alma los
cinco minutos que hacen falta para sentarse a charlar con un buen amigo.
¡Señor! Es tan difícil ser hombre
que muchas veces es más fácil convertirse en cualquier otra cosa: hielo,
piedra, acero… Herida… Azote. Muchas de estas palabras te suenan ¿verdad?.
Si, se que padeciste las heridas de
acero y miedo que te causaron hombres de hielo, hombres de piedra, hombre sin
vida….
Me duele tu muerte, Señor, me duele
que hoy en día al mirar tu cruz te vea en ella clavado por ese hielo que hace
al hombre insensible al sufrimiento de los demás, por esa dureza de piedra de
ese corazón que niega la ayuda (a veces esa ayuda son 20 duros en un semáforo)
¿Sabes, Señor, bueno, tú si lo sabes porque lo padeces en tu propia entraña,
que dar un latigazo en tu espalda vale hoy
100 pesetas?
La muerte se sigue tornando acero
pero ya no se clava en tus manos. Ahora busca la sangre en tus brazos, en otro brazos
que ya nunca más podrán abrazar a nadie, porque como los tuyos, quedarán unidos
a una cruz, una cruz de blanca, de horrible muerte.
Sé que a ti no puedo engañarte,
Señor. No brillan alegres mis ojos, ni mis palabras resuenan fuertes y seguras
aunque disimule. Soy cómplice de tu muerte y me da tanta, tanta vergüenza
mirarte quisiera esconderme ante ti, pero te amo, aunque a veces te haga daño, y eso es lo que me da el valor que
me hace falta para hablarte..
Sé que tu crucifican mis manos
vacías, mi falta de amor, mis ojos cerrados, y mi negativa, que ya por negar, a
veces cuando vienes a mi, te niego hasta la sonrisa.
¿De qué te puede servir mi alegría
de hallarte sobre un paso hecho madera en carne viva hecho regueros de sangre
dormida, hecho llagas que quiero sentir como mías, si luego todo se torna
indiferencia ante tu cuerpo desgraciado en cualquiera de mis 1000 esquinas, si
veo madera donde la carne es carne, y duele porque duelen las heridas?¿ Si sólo
me atormentan esas tu llagas en la madera y no las que yo causo la carne, si,
en la carne que gime, que sangra, que me suplica, con la torpe excusa de mi
torpe ceguera?
Por eso no quiero hablarte ni de
incienso, ni de costaleros, ni de sones de música, ni del viento que lleva tu
nombre guardado en los pliegues de su dolor no es mi intención hacerte beber
este vino mirrado que te haga menos dolorosa la muerte, porque se que lo
rechazarás sin probarlo siquiera, Sé que no busca compasión ni nada que te
impida morir con la plenitud que has elegido, sino miradas arrepentidas que
quieran vivir por amor la vida que con tu muerte por amor regalas.
¡Ay, Señor de muerte tan grande
como grande sólo puede serlo Dios! ¡Ay Señor, de muerte tan cruel como sólo
puede serlo la muerte de un hombre! No quiero decirte mi nombre para que lo
recuerdes en tu gloria, ni que guardes en tu memoria palabras donde mi cobardía
se esconde. Yo no quiero hacerte ofrenda de oraciones vacías allí donde el hombre
es feliz en su vanidad ¡Ay, Cristo mío! Yo quiero pedirte un perdón que sólo tú
porque eres Dios, que sólo tú porque eres hombre, puedes atreverte a dar
Sé que estoy a tiempo, Señor.
Contigo… siempre lo estoy. Pero también sé que tu perdón no es sólo la mano que
mi Dios bueno me tiende cada vez que caigo, y que me levanta. También es mi
oportunidad, la única oportunidad que me queda para seguir o para empezar a ser
un hombre.
Señor, cuando miro la madera
tallada de tu cuerpo dormido me envuelve el escalofrío de esa muerte que te
abraza en su misterio y mis ojos ven la certeza de que en tu inmenso dolor
izaste la cabeza, y de tus labios resecos de sed y amargura brotó el manantial
de vida que nos perdonó por darte la muerte cuando sólo pedía amor.
Tus manos clavadas perdonaron y
perdonó tu espalda herida por mis injurias y mi sed de sangre inocente.
Perdonaron tus ojos llenos de
lágrimas y las pequeñas promesas de tu cabeza coronada.
Perdonaron tu cabello enredado entre
finas cintas de roja escarcha,y tus
rodillas sin carne, sin color, sin esperanza.
Perdonaron tus pies descalzos,
amoratados y heridos, grabados y escupidos, besados por el odio y la desgracia.
Y perdonó tu corazón de hombre traicionado cuando la luz se hizo noche y nunca
quiso ser madrugada.
Ardieron tus ojos envueltos en
llamas y clamaron al Padre.
Y la cruz se estremeció, y gimió la
tierra en su entraña y el sol quiso esconderse tras nubes de olvido escarlata y
no ser nunca día que alumbrara tanta infamia.
Mi dolor y mi gozo, mil secretos lleva el viento que en todas las almas
desgrana, Que Cristo siguió perdonando, perdonando con su mirada, perdonando
con su sangre de hombre y con sus divinas palabras, que brotaron entre
susurros, gotas de vida y caminar de muerte que avanza…
… Que no saben lo que hacen, Padre,
perdónales su desesperanza…
¿Sabes Señor? Tu perdón resuena en
mis oídos como truenos de una tormenta extraña, que va calando mi cuerpo por
dentro, con gotas de fuego llovidas sobre la misma entraña, cruel martilleo
sobre clavos que lentamente te matan, pero… Yo no siento el horror de tu
muerte, sino la dulzura de tus palabras.
Tengo ya que dejarte, pero no te me
vayas. Ahora que volvemos a estar juntos, prolonguemos para siempre, para siempre,
la velada. Mira… Cuando acabe todo el acto, nos encontramos alli, junto a la
puerta y regresas conmigo hasta casa.
Así, hablamos otro rato, hasta que
tengas tiempo, hasta que puedas, porque, dime, ¿a quién puede importarle si a dos
amigos le sorprenden las luces del alba?
… Perdóname, Señor, perdóname mi
desesperanza…
Osuna, 11 de abril de 1992.