Compartirlo es asimismo, causa de alegria, mucho mas cuando el tema no es otro que Ella misma, siempre Ella, en su Gracia y en su luz.
Deja que
ruede la piedra que te hace oscuro y yerto…
En mi recuerdo, en mi presente,
en mi esperanza ante lo que ha de venir, mi Madre, llena de Gracia, es luz.
Desde aquella primera y lejana certeza,
inconsciente de tenerla próxima, hasta la sensación presentida del último
anhelo de su cercanía. Luz, de tan medida intensidad que se hace soportable
para enhebrar el instante exacto de no quedar ciego, deslumbrado de amor y de
consuelo, de verdad y de colmada inquietud.
Porque Ella es razón para ser y nunca motivo
justo ni justificado para abandonar ni un instante mentiroso la inabarcable
causa que nos procura alcanzar lo mejor que nos adorna.
Si pienso en Ella, en el reflejo
de estos ojos viejos cansados de mirarse ya, siempre es luz. Sí, luz. Intensamente
enamorada en oro, cálida y acogedora. Recubierta en un manto de ascuas que pronuncian
mi nombre, quemándome sin hacer daño; que serena la vida, que enlentece mi
tiempo. Siempre para bien, volviéndolo todo por un infinito momento, dulce y
tranquilo.
Si la veo con este corazón nunca
suficientemente agradecido, es luz. Sí, luz. Que atrae a su encuentro, que todo
lo inflama mas no lo consume; quebrada en rompimientos de colores aun no
descubiertos que en su descontrolada sinrazón solo paz provocan. Luz que hace
brotar su Gracia como miel caliente de mi boca; y alimenta ecos de sangre que
en mi cuerpo sabrán pronunciar sus nombres repetidos en alabanza de Dios, que la
escoge y la corona mientras ese mismo resplandor se rasga en estrellas sorprendidas
lluviosas alrededor de la más hermosa, lucero en plata y alcor engastado, donde
Ella posa sus pies iluminándonos iluminada.
¡La Virgen de Gracia! Traída al
recuerdo de mi tiempo pasado, es luz. Sí, luz. La luz de una vida vivida en su
amparo, en su dulzura que no falta. En el amor de su amor sentido y nunca
satisfecho. En la sed que solo se calma en la inquieta fuente que arranca
necesaria del manantial nacido en la esperanza de quererla sin ser pedigüeño ni
motivo que provoque en Ella, aún por un instante, desagrado.
Si la anhelo en el presente que
vivo, si la vierto en esta ausencia acogido en un rincón escondido por siempre
en su presencia, mi Madre, la llena de Gracia, es luz. Sí, luz. En mi oscuridad
y en mi esperanza; en la alegre plenitud de reconocerla en ese llamado que perfuma
al aire cuando por amor en plegaria se convierte. En la certeza que no se
excede. En no querer arrancarla de lo verdadero de la existencia por mucha vida
que pase y por mucho dolor que se acerque; ni porque las cuerdas se corten ni porque
empiece a aprender la muerte, no se adivine el sueño o la mentira se evidencie.
Porque no hay luz más vivificante que la que por ser mirada Ella enciende, amparada por columnas y promesas de bendecidas simientes, que en mi sentido siendo verdad arraigan y se recrecen, mientras
resbala implacable la arena y se difumina
el temor de mi suerte, y a lo apagado ilumina y a lo yermo reverdece; y a lo
seco hace hermoso y a lo feo ennoblece y al alma que no la quiere también
salvación ofrece porque el fruto bendito de su vientre a todos nos regala, luminosa
y sonriente.
En mi recuerdo, en mi presente,
en mi esperanza en lo que ha de venir, Mi Madre, la llena de Gracia es luz.
Siempre es luz.
Al buscarla traspasando el
umbral, reflejo desenfocado del mas gozoso mensajero, y saludarla, reverbera y
es luz.
Al postrarme desamparado y
hallarme en el consuelo que parecen susurrar sus labios; entonces se renace
como yesca recién llamada y en mi
tiniebla se alza. Y es luz.
Al reír en su sonrisa; al llorar en
el celeste mar sin fin de su mirada, viviendo en la vida que me alivia… Siempre,
siempre es mi luz.
Al sentirme sano pues su amor
cura mi alma, mi Madre llena de Gracia es luz.
Al mirar a su Niño, que me ofrece
como remedio de todos mis males, como camino de todos mis pasos, como anhelo de
toda una vida buscándole como amor para amar sin medida ni contén, se eleva
como Reina y es la luz sobre la que resplandece el Sol de Justicia.
Al llenarme de la Gracia de Dios en
su misericordia y en su cielo,
mi Madre, la llena de Gracia, en
mi camino es
Luz…Luz…Luz…
Capaz de hacer prenderse al amor
que no se sabe encender…
Al perdón que no se sabe ofrecer…
A la existencia que no se sabe
vivir ni comprender…
Quizás porque no nos sabemos
dejar iluminar.
¡Dejaos, oídme,
dejaos alumbrar por Ella!
Porque …
¿Quién pudo nacer en Carmona y no
entender esa potencia en su alma aun cuando la perciba oscura y apagada?
¿Quién pudo nacer en Carmona y no
reconocerse hijo de su Gracia?
¿Quién pudo ver la luz en Carmona
y no nacerse hijo de la Virgen de Gracia?
¿Qué te trae
tu tiempo de tanto mal, que no quieres dejarte llevar por su sentido? ¿Qué te
apaga tanto cada latido que mueres en la soledad de no saberte cerca de tu Madre?
¡Ven! No dudes, no temas, no quieras dejarte la vida sin vivir. Su amor solo
quema el desconsuelo; solo consume la amargura; solo reduce a cenizas la
soledad pues donde Ella habita, la luz prende la tiniebla, la tristeza siempre
es vencida. Donde Ella reina, la gracia de Dios nos viene al encuentro, y su Niño
camina con pasos de Hombre que no deja atrás a ninguno de quienes le acompañan.
Deja que ruede la piedra que te
hace oscuro y yerto.
En mi recuerdo, en mi presente,
en mi esperanza en lo que ha de venir, mi Madre, llena de Gracia es luz.
Aun cuando se enturbien los ojos…
Aun cuando los labios se sellen…
Aun cuando ya no quede más que
sentir…
Luz… Esa intensa y dulce, y añorada y llena de
consuelo y de serena certeza luz. Tibia, amable y acogedora. Como el beso de quien más me pueda llegar a
querer. De paz y de sosiego plena, de gracia colmada, rebosando ternura en la
voz que me acoge y me busca
.
Reina de Carmona, aunque más que
eso, mi necesidad es llamarte Madre. Más hermosa y cercana. Y más verdad. Refugio de esta alma cansada que sigue
anhelando tu presencia en cada instante, y en cada instante sigue dudando si
merece que la encuentres.
Madre llena de luz. Siempre
guardada en este corazón que busca cada vez una palabra nueva con la que darte
un mejor y más hermoso nombre.
Pero que nunca habrá de
encontrar ninguno como aquel por el que
Dios te llama…
Y por el que Carmona en Ti se
ampara.
María, llena de Gracia.
Miguel Francisco Benítez Morillo.
Pregonero de las Glorias de María.
Carmona, 2017.
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