domingo, 24 de septiembre de 2017

REVISTA VIRGEN DE GRACIA

Escribir un articulo en la Revista de la Virgen de Gracia puede ser, para un nacido en Carmona motivo de satisfacción sincera. Es un adorno que puede significar muchas cosas en nuestra vida, y casi todas ellas razon de buen recuerdo y regusto agradable al recordarlas.
Compartirlo es asimismo, causa de alegria, mucho mas cuando el tema no es otro que Ella misma, siempre Ella, en su Gracia y en su luz.





Deja que ruede la piedra que te hace oscuro y yerto…

En mi recuerdo, en mi presente, en mi esperanza ante lo que ha de venir, mi Madre, llena de Gracia, es luz.

Desde aquella primera y lejana certeza, inconsciente de tenerla próxima, hasta la sensación presentida del último anhelo de su cercanía. Luz, de tan medida intensidad que se hace soportable para enhebrar el instante exacto de no quedar ciego, deslumbrado de amor y de consuelo, de verdad y de colmada inquietud. 
Porque Ella es razón para ser y nunca motivo justo ni justificado para abandonar ni un instante mentiroso la inabarcable causa que nos procura alcanzar lo mejor que nos adorna.

Si pienso en Ella, en el reflejo de estos ojos viejos cansados de mirarse ya, siempre es luz. Sí, luz. Intensamente enamorada en oro, cálida y acogedora. Recubierta en un manto de ascuas que pronuncian mi nombre, quemándome sin hacer daño; que serena la vida, que enlentece mi tiempo. Siempre para bien, volviéndolo todo por un infinito momento, dulce y tranquilo.

Si la veo con este corazón nunca suficientemente agradecido, es luz. Sí, luz. Que atrae a su encuentro, que todo lo inflama mas no lo consume; quebrada en rompimientos de colores aun no descubiertos que en su descontrolada sinrazón solo paz provocan. Luz que hace brotar su Gracia como miel caliente de mi boca; y alimenta ecos de sangre que en mi cuerpo sabrán pronunciar sus nombres repetidos en alabanza de Dios, que la escoge y la corona mientras ese mismo resplandor se rasga en estrellas sorprendidas lluviosas alrededor de la más hermosa, lucero en plata y alcor engastado, donde Ella posa sus pies iluminándonos iluminada.

¡La Virgen de Gracia! Traída al recuerdo de mi tiempo pasado, es luz. Sí, luz. La luz de una vida vivida en su amparo, en su dulzura que no falta. En el amor de su amor sentido y nunca satisfecho. En la sed que solo se calma en la inquieta fuente que arranca necesaria del manantial nacido en la esperanza de quererla sin ser pedigüeño ni motivo que provoque en Ella, aún por un instante, desagrado.

Si la anhelo en el presente que vivo, si la vierto en esta ausencia acogido en un rincón escondido por siempre en su presencia, mi Madre, la llena de Gracia, es luz. Sí, luz. En mi oscuridad y en mi esperanza; en la alegre plenitud de reconocerla en ese llamado que perfuma al aire cuando por amor en plegaria se convierte. En la certeza que no se excede. En no querer arrancarla de lo verdadero de la existencia por mucha vida que pase y por mucho dolor que se acerque; ni porque las cuerdas se corten ni porque empiece a aprender la muerte, no se adivine el sueño o la mentira se evidencie. Porque no hay luz más vivificante que la que por ser mirada  Ella enciende, amparada  por columnas  y promesas de  bendecidas  simientes,  que en mi sentido siendo verdad  arraigan y se recrecen,  mientras  resbala  implacable la arena  y se  difumina el temor de mi suerte, y a lo apagado ilumina y a lo yermo reverdece; y a lo seco hace hermoso y a lo feo ennoblece y al alma que no la quiere también salvación ofrece porque el fruto bendito de su vientre a todos nos regala, luminosa y sonriente.

En mi recuerdo, en mi presente, en mi esperanza en lo que ha de venir, Mi Madre, la llena de Gracia es luz. Siempre es luz.

Al buscarla traspasando el umbral, reflejo desenfocado del mas gozoso mensajero, y saludarla, reverbera y es luz.
Al postrarme desamparado y hallarme en el consuelo que parecen susurrar sus labios; entonces se renace como yesca recién llamada  y en mi tiniebla se alza. Y es luz.

Al reír en su sonrisa; al llorar en el celeste mar sin fin de su mirada, viviendo en la vida que me alivia… Siempre, siempre es mi luz.
Al sentirme sano pues su amor cura mi alma, mi Madre llena de Gracia es luz.
Al mirar a su Niño, que me ofrece como remedio de todos mis males, como camino de todos mis pasos, como anhelo de toda una vida buscándole como amor para amar sin medida ni contén, se eleva como Reina y es la luz sobre la que resplandece el Sol de Justicia.

Al llenarme de la Gracia de Dios en su misericordia y en su cielo,
mi Madre, la llena de Gracia, en mi camino es
Luz…Luz…Luz…

Capaz de hacer prenderse al amor que no se sabe encender…
Al perdón que no se sabe ofrecer…
A la existencia que no se sabe vivir ni comprender…
Quizás porque no nos sabemos dejar iluminar.
¡Dejaos, oídme, dejaos alumbrar por Ella!

Porque …

¿Quién pudo nacer en Carmona y no entender esa potencia en su alma aun cuando la perciba oscura y apagada?
¿Quién pudo nacer en Carmona y no reconocerse hijo de su Gracia?
¿Quién pudo ver la luz en Carmona y no nacerse hijo de la Virgen de Gracia?

¿Qué te trae tu tiempo de tanto mal, que no quieres dejarte llevar por su sentido? ¿Qué te apaga tanto cada latido que mueres en la soledad de no saberte cerca de tu Madre? ¡Ven! No dudes, no temas, no quieras dejarte la vida sin vivir. Su amor solo quema el desconsuelo; solo consume la amargura; solo reduce a cenizas la soledad pues donde Ella habita, la luz prende la tiniebla, la tristeza siempre es vencida. Donde Ella reina, la gracia de Dios nos viene al encuentro, y su Niño camina con pasos de Hombre que no deja atrás a ninguno de quienes le acompañan.

Deja que ruede la piedra que te hace oscuro y yerto.

En mi recuerdo, en mi presente, en mi esperanza en lo que ha de venir, mi Madre, llena de Gracia es luz.
Aun cuando se enturbien los ojos…
Aun cuando los labios se sellen…
Aun cuando ya no quede más que sentir…

Luz…  Esa intensa y dulce, y añorada y llena de consuelo y de serena certeza luz. Tibia, amable y acogedora.  Como el beso de quien más me pueda llegar a querer. De paz y de sosiego plena, de gracia colmada, rebosando ternura en la voz que me acoge y me busca
.

Reina de Carmona, aunque más que eso, mi necesidad es llamarte Madre. Más hermosa y cercana. Y más verdad.  Refugio de esta alma cansada que sigue anhelando tu presencia en cada instante, y en cada instante sigue dudando si merece que la encuentres.
Madre llena de luz. Siempre guardada en este corazón que busca cada vez una palabra nueva con la que darte un mejor y más hermoso nombre.

Pero que nunca habrá de encontrar   ninguno como aquel por el que Dios te llama…

Y por el que Carmona en Ti se ampara.

María, llena de Gracia.


Miguel Francisco Benítez Morillo.

Pregonero de las Glorias de María.

Carmona, 2017.






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